sábado, 5 de noviembre de 2016

Revolución Francesa cambió la historia universal y la música. Gioachino Rossini fue el engreído de Napoleón, y luego la música pasó a ser religión en el siglo XIX y Cuba seguía bajo la influencia musical española y francesa. Historia de la Música Occidental, Parte XII




Revolución Francesa cambió la historia universal y la música. Gioachino Rossini fue el engreído de Napoleón, y luego la música pasó a ser religión en el siglo XIX y Cuba seguía bajo la influencia musical española y francesa. Historia de la Música Occidental,  Parte XII




Por:    Jaime Del Castillo Jaramillo




Amadeus Mozart muere mucho antes que la Revolución Francesa llegue a su fase más terriblemente radical y cruenta; a su ilustre paisano y colega Haydn, que componía bajo contrato y amparo de patronos aristócratas en Viena, así como para los conciertos públicos de la lejana Londres y para los editores y publicistas de ambas ciudades, realmente no le tocó ni le alcanzó la ardiente Revolución Francesa.


Quien sí, fue influenciado directamente por la ruda Revolución Francesa fue el genial Beethoven, quien en ese contexto, buscaba a duras penas mantenerse como músico en la rígida corte de Bonn, a fin de sostener a su vapuleada familia, el maestro Beethoven contaba con sus juveniles dieciocho años de edad, y creció y fue coevo de los años del Terror revolucionario y de la salvación temporal que aparentó ser la República francesa en manos de su contemporáneo Napoleón Bonaparte (1769-1821).



La poderosa mentalidad de Beethoven, junto a la de muchos jovencitos europeos se formó en ese contexto álgido de crisis política y militar, en esa era de cambios radicales y sangrientos, que aun siendo terrible y espantosa en el campo político y humanista, de hecho que representó la esperanza firme y concreta de cambios radicales y materiales históricos irreversibles.


De hecho, la Ciudad Luz, --en esa coyuntura revolucionaria de importancia universal--, impactó e influyó directamente en el curso de la música occidental toda, influyó definitivamente en sus temas, influyó en sus públicos e influyó en los músicos; su primera y directa onda expansiva fue en la propia Francia y las siguientes ondas expansivas llegaron nítidamente a todo el universo.


De hecho, la insoslayable Revolución Francesa rompió con los elitistas y acartonados círculos palaciegos pletóricos de la decrépita y abusiva monarquía y de los encopetados y temibles nobles;  la terrible Revolución Francesa terminó  con los privilegios y prerrogativas de las catedrales y capillas propias de la repudiada confesión religiosa cómplice de la abusiva, criminal e inhumana monarquía.




Los cambios musicales, --aunque no se crea--, empezaron con las marchas y las bandas militares francesas revolucionarias en acción, porque el objetivo ahora, era expresar en las calles del pueblo y con el pueblo, los nuevos tiempos y los grandes cambios, y que mejor que las bandas militares para ello, y en las calles entonces, empezó a sonar musicalmente la Revolución, con su inmenso mundo sonoro de fanfarrias, con sus épicas marchas y con su heroica  solemnidad, y casi, como que se tomaba en referencia la grandeza representada en la ópera gluckiana.



La ópera, inmediatamente cambió y se puso a tono y en la misma dirección que la Revolución Francesa, la burguesía emergente y triunfadora quería su propia música, y apoyó a los nuevos compositores y asistió masivamente a la presentación de sus obras, la burguesía triunfante quería ver representados en escena, su élan revolucionario, y sus emociones y por cierto su heroísmo sin par.


La más aplaudida obra fue Lodoïska (1791), del compositor italiano Luigi Cherubini (1760-1842), quien residía en París cinco años antes del estallido revolucionario. La aludida obra Lodoïska hizo retoñar un viejo tema que ya era parte de la ópera francesa, pero que ahora retoñaba y fulguraba: la caída de la dura opresión escenificada como heroica salvación de la horrible esclavitud y  la insufrible prisión, y llevada a término por cierto héroe en beneficio del desvalido, es decir, esa obra era nítida expresión orgullosa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, lemas heroicos de la triunfante Revolución Francesa. Ese mismo contenido operístico revolucionario, fue inmediatamente tomado para la única ópera del genial germano Beethoven y titulada: “Fidelio”.



De hecho, el logro musical más trascendental y permanente y  significativo de la Revolución Francesa fue la creación del Conservatorio de París para 1795, fundado como institución estatal republicano, y específicamente para la educación de músicos sin distinciones de clases sociales, y con ello se rompió las argollas y los círculos elitistas de la Iglesia, de los patronos aristocráticos, de la tradición del pupilaje.




Por cierto, el maestro italiano Luigi Cherubini formó parte del flamante claustro fundador y luego sería su honorable director para 1822. Para ese mismo año, empezaba a funcionar en Londres: la Royal Academy of Music (Real Academia de Música). Y seguidamente aparecieron  muchos otros conservatorios y academias musicales en toda Europa en la misma dirección, y con ello cambiaron radicalmente las prácticas y enseñanzas musicales, a nivel profesional.


Beethoven aprendió música de forma heterogénea, nació en familia de músicos, --su progenitor y abuelo ya habían sido músicos en la corte de Bonn--. Ludwig van Beethoven tenía  quince años menos que el genio Mozart, y su progenitor también lo presentaba al niño Beethoven como un prodigio, haciéndolo tocar ante público desde que tuvo la corta edad de siete años.


Pero Beethoven, fue creciendo musicalmente en forma lenta, ya que de la tutela de su progenitor pasó a manos de la enseñanza del compositor y organista germano y de su ciudad don Christian Gottlob Neefe (1748-1798), quien se dio cuenta de su gran potencial y lo fue moldeando, y para ello, le  proporciona sólida base musical en la técnica del gigante Bach.




Beethoven siempre quiso ir a Viena, la ciudad musical de los grandes maestros Haydn y Mozart, y logró viajar a sus juveniles dieciséis años, llegó a Viena, pero regresó de emergencia y afligido, solamente para ver por última vez a su progenitora moribunda, y con el fallecimiento de su madre, cambiaron sus planes profesionales, ya que tuvo que dedicarse a sostener a su familia.


Regresó a la ansiada ciudad de Viena mucho después, Beethoven ya contaba con veintidós años de edad, y para esa empresa contó con el mecenazgo de cierto aristócrata de Bonn: el conde Waldstein, quien le financia su viaje, con la finalidad de «recibir el espíritu de Mozart de las manos de Haydn».


Beethoven estudió con el gran maestro austriaco Haydn un año y algo más, y luego otro año más, con otro compositor austriaco de su misma generación, Johann Georg Albrechtsberger (1736-1809), quien era famoso porque componía una fuga diaria según sus admiradores.


Beethoven fue un reconocido virtuoso del piano, y rápidamente se ganó el apoyo y admiración de los principales aristócratas de la culta ciudad musical de Viena, los mismos que anteriormente habían apoyado al genial Mozart.



Para el verano de 1795, Beethoven ya había terminado con su educación musical, e inmediatamente dio a conocer su primera publicación relevante, consistente en senda colección de tres tríos para piano, violín y chelo.



No olvidemos que Beethoven admiraba bien a Napoleón Bonaparte, en razón de haber salvado el ideal y el principio republicano universal, cuando decidió tomar la grave responsabilidad de primer cónsul y desde 1799, y el germano cuatro años después, le dedica una sinfonía, su famosa Tercera, pero cuando Bonaparte se convierte en Emperador la actitud de Beethoven cambia, y cambia también la famosa dedicatoria de su famosa ‘Tercera’.



La más famosa y célebre composición beethoveniana es su clásica Quinta sinfonía (1807-1808), el estreno de tamaña opus magna, fue en el  extraordinario concierto que Beethoven presentó en la ciudad de Viena y para el 22 de diciembre de 1808.


Con sus famosas obras, y sobre todo con sus sinfonías, el joven maestro germano Beethoven rápidamente se posicionó como el formidable sucesor del gran maestro austriaco Haydn, y pasó a ser el compositor más valorado internacionalmente. Beethoven saboreó la fama, y los empresarios y comerciantes lo tenían en su agenda,  lo buscaban los editores de Alemania, Suiza,  Inglaterra y Viena, y su música por cierto, se puso de moda, y era interpretada por pianistas y orquestas en diferentes partes del mundo.



Para 1809, Beethoven era el engreído de los aristócratas, a pesar de su decidida admiración por la Revolución Francesa,  tan es así que cierto cogollo de aristócratas vieneses, querían tenerlo en su círculo, y para ello le garantizaron dignos estipendios mientras fije residencia en la poderosa ciudad, cosa que Beethoven no desaprovechó.



La Revolución Francesa demostró al mundo que los intelectuales y filósofos y militares revolucionarios y el pueblo, podían transformar la realidad y acercarla a ideales de libertad, igualdad y fraternidad, esa esperanza y ese tiempo nuevo y ese imaginario brillante socio-político-cultural revolucionario, tuvo músicos que fueron directamente influenciados, y uno de ellos y el más relevante fue Beethoven, sin lugar a dudas.


Beethoven empezó a sufrir sordera, para 1801, y con ello, también empezó a disminuir su socialización, y en poco tiempo se hizo conocido como hosco y poco dado al trato social. No solamente eso, disminuyó a partir de 1808 su capacidad para escribir conciertos, y lo que es peor, no realizó ninguna presentación importante después de 1814.




En esa coyuntura, otros compositores se erigían en Viena, tales como: Johann Nepomuk Hummel (1778-1837), importante pianista y muy prolífico escribiendo música, y Louis Spohr (1784-1859), violinista y también compositor como se ha dicho. Pero ambos seguían a Mozart y no tanto a Beethoven.


Después de cumplir los cuarenta años, Beethoven escribe sus bellas sinfonías Séptima y Octava (1811-1812), ya para ese tiempo, cambiaron sus condiciones económicas, para empezar, uno de sus mecenas falleció y los otros sufrieron crisis económica a causa de la guerra contra Napoleón, en la que, por cierto, Austria fue uno de los gravitantes campos de batalla.



Beethoven aún en Viena compuso pieza orquestal, para estrenar un nuevo instrumento mecánico construido por Johann Nepomuk Maelzel (1772-1838), y que en 1815 comenzó a comercializar, bajo el nombre del metrónomo,  y que servía para definir el tempo musical.


Napoleón Bonaparte, favoreció a músicos italianos, a pesar de Cherubini, sus preferidos fueron Paisiello, Ferdinando Paer (1771-1839) y Gaspare Spontini (1774-1851), quienes fueron trasladados a París y brindaron música acorde con el boato imperial napoleónico, música melodiosa pero no muy larga. Y dentro de los preferidos napoleónicos destacó el joven compositor: Gioachino Rossini (1792-1868).


No olvidemos que para 1813, en la ciudad de Londres, el conocido mecenas Salomon junto a otros aristócratas, crearon la famosa Sociedad Filarmónica para cultivar las valoradas sinfonías de Beethoven.




El Romanticismo se inicia según ciertos entendidos, con Beethoven a la cabeza, el mismo que introdujo una novedad artística musical: la tragedia. Tragedia se considera como pérdida, y por lo tanto la pérdida es cambio. Hubo una sensación captada por los intelectuales de la época, en el sentido que la música occidental había perdido la grandeza, que la grandeza se había esfumado.


Fueron tiempos en que se relievó grandemente la canción y el lirismo instrumental, asimismo, se revaloró la ópera entendida como drama emocional. El sentimiento público musical del siglo XIX, llevado por la corriente de la bonanza económica, comercial e industrial, consideró a la música como una nueva religión o la nueva religión, que de hecho reemplazaría a todas aquellas que estaban siendo puestas en duda por la investigación científica y los estudios bíblicos.



Las grandes y espectaculares salas de
conciertos del último tercio del siglo XIX eran la expresión de la devoción que se sentía por la música antes que por las catedrales, por ejemplo: la Musikverein de Viena (1870), el Concertgebouw de Ámsterdam (1888), el Carnegie Hall de Nueva York (1891).



Eran los tiempos en que se habían difundido e instituido orquestas en las más adelantadas y modernas ciudades europeas y de América, y el público se preocupaba en asistir a sus conciertos semanalmente durante toda la temporada, como de acto casi religioso se tratara.

(Fin de la duodécima parte)


Lima,  26 de febrero del 2016

Jaime Del Castillo Jaramillo

Abogado egresado de la U.N.M.S.M. con más de 25 años de ejercicio profesional y cuenta con estudio jurídico abierto; politólogo con más de 20 años de ejercicio profesional; periodista, fundador y director del programa radial y televisivo ‘Yo, Sí Opino’ (censurado en TV y cerrado cinco veces en radio); Maestría en Ciencia Política con la tesis “Pensamiento Político peruano insuficiente y epidérmico causa de nuestro subdesarrollo político”; Post Grado internacional en Ciencia Política otorgado por la UCES – Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales de Buenos Aires-Argentina graduado con la tesis: “Crisis terminal de los Partidos Políticos en el Perú”; catedrático universitario de ‘Historia del Pensamiento Político”, “Filosofía Política”, “Metodología de la investigación en Ciencia Política”, “Realidad Nacional”; “Análisis Político”, “Ciencia Política”, etc.; blogger, comunicador social, articulista y conferencista.
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