miércoles, 2 de noviembre de 2016

Plotino y su exaltación mística, y San Agustín y la conciliación de la Fé y la Razón, para la Estética medieval. ESTÉTICA Parte II





Plotino y su exaltación mística, y San Agustín y la conciliación de la Fé y la Razón, para la Estética medieval. ESTÉTICA. Parte II



Por Jaime Del Castillo Jaramillo






Plotino, ya en la Edad Media y en materia de Estética, puso incidencia en los conceptos generales, sin abordar los detalles ni mucho menos fenómenos particulares, como por ejemplo: los colores, los sonidos y las formas.


Plotino reduce el universo in totum, a una simple visión, –no olvidemos que para Plotino, la naturaleza es simple  visión imperfecta--, por lo tanto muy fácil es colegir que para Plotino, de hecho, la belleza es cardinal y centralmente una visión imperfecta e incompleta.


Este concepto plotiniano de la naturaleza, vía la visión, lejos de ser un enriquecimiento o valor agregado, es en realidad un debilitamiento de la contemplación, ya que la verdadera Contemplación no necesita de creaciones y es autosuficiente en sí y por sí. Toda exteriorización es un debilitamiento, es decir que toda obra humana no es relevante, por lo tanto ni el más grande artista crea algo, y aquí tenemos una concepción negativa del genio humano creativo en la Estética. Para Plotino entonces, la obra artística siempre será una inferioridad de la acción y de la producción, vale decir, el arte es irrelevante.



Para Plotino entonces la única visión de especie estética es la contemplación y la theoría, vale decir, que para percibir y ver a Dios solamente disponemos de la visión; y por lo tanto no es posible imitar su obra en modo alguno.


La única ruta o vía que nos es dado para percibir y ver a Dios bien, es: La
theoria, vale decir, la visión extática, ya que Dios crea y comunica en y por la contemplación; ésta es su única forma de crear divina. Ya estamos dentro de lo que se conoce como Éxtasis de lo místico. Ya estamos en el centro mismo de la ideología del medioevo, ya estamos en el ojo mismo de la tormenta fundamentalista religiosa católica que envolvió a toda Europa medieval, y que provocaría derramamientos abundantes de sangre, pero también portentosas obras estéticas religiosas que son de admiración eterna e intemporal.




Bueno es precisar aquí que este iluminismo de Plotino, acotado líneas arriba,  contradice de plano a la famosa  dialéctica de Platón, su mentor filosófico. En verdad de verdades, la estética Plotiniana, al oponerse a la estética de las formas platónicas, nos lleva a una Estética del esplendor, y a una apologética de lo informe.


La mística Plotiniana es la primera que nos revela la belleza del bien, aquella belleza suprema que constituye la esencia fundamental de la estética, vale decir: toda Estética verdadera y legítima y auténtica supone una concepción mística, y hasta panteísta del universo.  




Fue después de Plotino, que aparecieron intelectuales que trataron y estudiaron el arte y la belleza pero en forma profesional. Por ejemplo, los acuciosos estoicos se ocuparon del problema moral, como categoría vital y central y esencial. Por ejemplo, los filósofos post-plotinianos se dedicaron a desarrollar y tratar y profundizar en las diferentes técnicas particulares: Así fue que, Aristoxeno se concentra en estudiar las técnicas musicales; Y, Filóstrato aportó con respecto a la técnica de la pintura, además investigó datos sobre cuadros griegos extraviados; el famoso Vitruvio se dedicó al arte de la arquitectura.


Es decir, se desplegó un abanico intelectual muy serio y profesional dedicado a las investigaciones teóricas Estéticas: Dionisio de Halicarnaso, fue descollante con sus estudios sobre la retórica que, entre los griegos de la época saliente, y la nueva mentalidad intelectual fue considerada como un Arte exquisito; Quintiliano fue el gran maestro de la oratoria; y Longino, pasó a la posteridad con su breve tratado trascendental sobre lo sublime.   



El neoplatonismo entonces, afirmaba la muerte de todo aquello que denotaba sensibilidad y sensualidad en el hombre, ellos ponían incidencia en buscar el ansiado nous, con la finalidad angustiante de confundirse con el universo, como la única ruta o vía o forma de encontrar la inteligencia pura.


No es difícil entender entonces que la ideología del cristianismo basado en la pasión del sufrimiento, tiene una praxis pasiva, y por antonomasia se hace ascético y reconcentrado y por cierto, más intransigente que el ideal filosófico platónico, debido a que tiene y debe asesinarse dentro de sí mismo, a toda vida sensual o deseo sensible, debe aniquilarse entonces el placer producido por todo lo bello y por todo lo seductor que exista en la naturaleza y, por cierto, en el no-Yo.


Así pensaron Santo Tomas, y San Agustín, y este último es el que usa la variante de la  sensibilidad moral que, por cierto, excluye el elemento sensible.


En suma, el cristianismo, excluye la estética y el arte de cualquier tipo que se quiera denominar ‘cristiano’.


Esta concepción dura y rígida y guerrera culturalmente, pertenece a los primeros cristianos iconoclastas intransigentes, pero no duró mucho
tiempo, ya que para el siglo XIII se presenta el compromiso con el mundo, por la fuerza de los hechos y los cambios sociales y económicos.




Así lo observamos en el siglo IX, con las pugnaces posturas de los gnósticos, desde Orígenes, a San Agustin, donde se esfuerzan hasta el extremo, para apuntalar la idea fundamental de justificar la fe.
El dogma cristiano entonces, está absolutamente peleado y en relación de odio con la razón, y no se admitía en modo alguno, relaciones de colaboración o apoyo entre ellos. En ese escenario es que al inicio del siglo IX nace la sistemática escolástica medieval, cuya misión fue la de acercar y relacionar tanto a la razón como al dogma, y sobre todo, se verifican grandes esfuerzos intelectuales por fundamentar racionalmente el dogma, en ese contexto nace la famosa expresión: credo ut intelligam, que sentenció el célebre San Anselmo y que significa: “creo para comprender”.


Le suceden grandes filósofos de la patrística medieval, tales como: Abelardo, Averroes, Alberto Magno, Duns Scotus, quienes centraron y establecieron tanto a la razón como al pensamiento en el sitial que les correspondía.



San Agustín, y la conciliación entre fe y razón que abre la puerta a la nueva Estética






Esto se verifica entonces, entre los Realistas, los Nominalistas y otras escuelas filosóficas, quienes pelearon intelectualmente con pugnacidad, para establecer y agendar la racionalización de la religión; y la obra más trascendental y brillante y paradigmática fue la “Suma” de Santo Tomas de Aquino (1225-1274 ).



San Agustin (354-430) abordó el álgido tema y el gran problema de lo Bello, en ese dogmático contexto medieval fundamentalista; se sabe de la creación de dos o tres libros sobre el tema, de autoría San Agustín, y que hoy se dan por perdidos. Por ejemplo, leamos lo que nos dice en sus célebres “Confesiones”: "¿Amamos acaso algo, fuera de lo hermoso? Pero ¿qué es lo hermoso?, ¿Qué es la hermosura? ¿Qué es lo que nos atrae y nos aficiona a las cosas que amamos?. Porque si no hubiese en ellas alguna gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia si. Y notaba yo y veía que en los mismos cuerpos una cosa era el todo, que por serlo es hermoso, y otra lo que en tanto es conveniente, en cuanto se adapta convenientemente a otro; como la parte del cuerpo a todo él, o el calzado al pie, y otras cosas semejantes."



San Agustín nos ha dejado, su famosa obra “La Ciudad de Dios”, opus magna, donde permite y autoriza y da licencia intelectual, a la existencia del pensamiento humano, como certeza frente al universo; entonces así, la razón o el cogitare de Pascal y Descartes, tiene su correlato previo en San Agustín sin lugar a dudas.


Para San Agustín entonces, la fe en nuestras percepciones es necesaria
para la vida práctica, aunque ella sea
provisoria y empírica.


La certeza, o el llamado consentimiento objetivo, se encuentra acompañado de la fe que es el denominado consentimiento subjetivo, con respecto al pensamiento; obviamente, no conocemos todo aquello en lo que creemos, pero es la fe, y gracias al milagro, que logra proyectarse mucho más allá del común conocimiento.


La percepción sensible no forma parte del dominio del conocimiento, sino de la opinión, ya que solamente es la imagen o la fotografía de la realidad, ya que todo lo que es verdadero deviene en inmortal y eterno, mientras que lo sensible se caracteriza por su caducidad, en la concepción agustiniana.




Pero San Agustín reconoce que el conocimiento sensual, o el universo sensible y caduco, puede llegar a simbolizar lo eterno, y coloca como ejemplo que el fondo del alma misma es verdad y conocimiento, pero no fe; y esta verdad ya es una función de la razón o ratio eterna e inmutable, y por lo tanto en oposición a la caducidad del mundo sensible. Por ahí entonces está la vía, para distinguir y vincularnos, con el concepto y razón del nous, que es el que conforma la base de la síntesis filosófica en el abordado místico San Agustin, tanto como en el anterior estudio que hicimos del místico Plotino.



Aquí se reconoce, que en forma única la luz de la razón (lux rationis), nos puede iluminar, y solamente así, podremos conocer las verdades generales de las que todos los hombres participan. Pero esta razón está muy por encima del conocimiento del hombre común y mortal, mareado por los fenómenos.



Demás está agregar que para el pensamiento agustino, la central de las Ideas, o la razón eterna que es causa de todas las cosas, de la verdad, del bien, de la belleza: es Dios, vale decir, la verdad eterna se extiende solamente en el seno del mismo Dios que es inmutable.


A Dios entonces se le puede llamar lo bello. San Agustín afirmaría que lo bello sería lo superior con respecto a lo verdadero y al bien; estaríamos frente a la seducción divina que arrobaría a los hombres y los acercaría a  Dios­.                 


(Fin de la Segunda Parte)

Lima, 30 de noviembre del 2015


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