jueves, 3 de noviembre de 2016

Juan de Araujo, desde Lima-Perú fue el más prolífico y difusor músico barroco de Sudamérica. Tomás de Torrejón y Velasco, y José de Orejón y Aparicio, y el descollante Juan de Araujo fueron excelentes y destacadísimos maestros músicos del barroco europeo, que difundieron su arte desde Lima para toda Sudamérica. Historia de la Música Occidental, Parte IX


Juan de Araujo, desde Lima-Perú fue el más prolífico y difusor músico barroco de Sudamérica. Tomás de Torrejón y Velasco, y José de Orejón y Aparicio, y el descollante Juan de Araujo fueron excelentes y destacadísimos maestros músicos del barroco europeo, que difundieron su arte desde Lima para toda Sudamérica. Historia de la Música Occidental,  Parte IX








Por:    Jaime Del Castillo Jaramillo






La Polifonía entró en cuidados intensivos y luego muere, y sus malos síntomas se sintieron ya, para el primer tercio del siglo XVII, el BARROCO avanzaba imparable y se enfocó sólidamente en el estudio de la música instrumental y hasta sus últimos resquicios de belleza, y también empieza a erigirse simultáneamente: la danza.


El maestro Schütz consignó las trascendentales transformaciones musicales, en importante memorando que faccionó para su mentor, el poderoso elector de Sajonia, para 1651, --y ya frisaba los sesenta y seis años--. La vieja música de la polifonía renacentista, era rechazada por los jóvenes. Tal era el ambiente de rechazo contra la polifonía, que el maestro Shütz le dijo a un músico colega suyo en forma seca y cortante: «un sastre de treinta años y un cantor de treinta años no sirven ya para nada».


El tiempo llegó a ser medido con exactitud y precisión, --como lo desarrollé en otro envío--, y eso fue la gran herramienta para la música occidental en general, y sobre todo para la música instrumental muy propia del barroco en especial. No debemos olvidar tampoco y a propósito, el famoso reloj de péndulo, que fuera propuesto por el sabio Galileo (Pisa, 1564-1642) para 1641, y que recién fuera construido finalmente en el año 1657, y debido a la intervención del famoso astrónomo, físico y matemático holandés Christiaan Huygens (La Haya, 1629-1695). Con ese instrumento del reloj de péndulo se ganó la exacta y precisa medida del tiempo, por lo tanto el tiempo pasó a ser tan absoluto y bien determinable, tal como el espacio. Entonces ese tiempo mecánico exacto y preciso, es el que regiría a toda la música occidental en los siglos siguientes.


Ahora, estamos frente a una gran ebullición, casi una torre de Babel musical en el enjundioso medio siglo que va de 1630 a 1680 donde la complejidad y el enmarañamiento sobrepujan a todo, a pesar de las muchas figuras y talentos y apellidos, pero aún no aparecía un gran maestro como Monteverdi, el mismo que dejó su sello musical en gran forma y brillante estilo en décadas pasadas.



Es preciso dejar sentado aquí que, este período se puede denominar el de las bifurcaciones marcadas y sin retorno en la música europea,  ya que se ha verificado que distintos géneros como tradiciones nacionales siguieron sus propios y peculiares caminos y por separado, es más: se  preocuparon en acrecentar y marcar muy bien sus diferencias.



Recordemos que las primevas óperas italianas, tal como el célebre “Orfeo” del maestro Monteverdi, fue compuesta exclusivamente para el divertimento noble y palaciego y privado, de igual forma y tanto, fueron las alegres mascaradas de las cortes de París y Londres.


La ópera pública se estrena y se inicia en la Ciudad Eterna, y para la alegría y engreimiento de la enriquecida y poderosa familia Barberini, vinculada directa y   sanguíneamente al papa en funciones: Urbano VIII, el mismo quien en 1632 funda inmenso teatro para tres mil asistentes. Y como no podía ser de otra manera, es a partir de ahí y por imitación y moda que en 1637, pues Venecia no quería quedarse atrás, y sus enriquecidos y poderosos nobles también instituyen la Ópera en la histórica y bella ciudad flotante.


El gran maestro Monteverdi, ya pasaba los setenta años de edad, pero aun así, llegó a componer célebres cuatro partituras, y de las cuales se tienen documentadas dos de ellas, tales como “Il ritorno d’Ulisse in patria” (El regreso de Ulises a la patria, correspondiente a 1640), y, “L’incoronazione di Poppea” (La coronación de Popea, correspondiente a 1643), ambas se basaron en el paradigmático y viejo Homero, y en la retorcida y espuria vida política y personal del emperador Nerón.



La Ópera, requirió un nuevo actor: la música instrumental; con la finalidad de ganar mayor brillo y excelsitud; pero también necesitó de un nuevo agente musical, y es así que emerge el novedoso tipo de músico: el cantante de ópera.



Y, lo más importante, dentro de los cantantes de ópera, fueron muy destacados, apreciados y valorados los famosos castratos: que no eran otros, que los cantantes masculinos castrados justo antes de su pubertad, con la finalidad exclusiva y adrede de conservar intactas sus voces agudas.




Y es que en el barroco, las voces más agudas en la Ópera eran muy aplaudidas, requeridas y cotizadas, y su  valía residía en la emoción que inyectaban, generaban y suscitaban, en sus asistidas actuaciones operísticas; asimismo las voces de sopranos femeninas también eran muy apreciadas.


Con la ópera pública, nació también la exclusividad, necesidad y especialidad y engreimiento supremo de los cantantes de Ópera; en verdad de verdades, no existían en la cantidad requerida, y menos aún que pudieran cubrir artísticamente los grandes teatros, de tal forma y por cierto, que sus remuneraciones eran muy altas como se entiende fácilmente, y obviamente su engreimiento se elevó  astronómicamente. Es precisamente, de esos fulgurantes tiempos del barroco musical operístico, de donde nace y parte, la conocida extravagancia y exotismo y brillo de que goza hasta hoy la ópera.




París, y su modalidad musical fue alterada en forma contundente y definitiva por la gran cantidad de italianos talentosos que llegaron a Francia para hacer música, tal es el caso del maestro Francesco Cavalli (1602-1676), --quien habría estudiado con el otrora gran maestro Monteverdi,-- y que componía música eclesiástica y de ópera, tal como lo hizo el aludido Monteverdi, no solamente eso, Cavalli recibió invitación especial para ir a la corte francesa y estrenar su opus magna Ercole amante (Hércules amante, 1662).


No olvidemos a otro gran maestro italiano: Jean-Baptiste Lully (1632-1687), quien fuera traído muy de niño a Francia, e inclusive había afrancesado hasta su nombre, y con mucha suerte, obtuvo importantes cargos en la corte parisina. El maestro Lully innovativamente compone óperas según el espíritu francés, pero le adiciona originales tipos de recitativos de melodías suaves con ritmos flexibles, y lo más importante es que estas melodías se ajustaban a la lengua francesa, y no solamente eso, sino que  relieva la danza, no olvidemos que las obras dramáticas se ejecutan deprisa, con la finalidad de que cada acto pueda terminar en bailes, y obviamente todo ese aparataje escénico tenía como objeto agradar lo más posible al poderoso rey galo Luis XIV quien estaba presente y como espectador principal entre el público, y  precisamente por ello, se buscaba preservar las canciones, la poesía y la marcada expresividad que los franceses valoraban en las tragedias de su paisano Jean Racine, quien además era contemporáneo del maestro Lully.



Lully casi nunca prescindió de su libretista Philippe Quinault, quien fuera su cercano colaborador entre el año 1673 y su fallecimiento, no olvidemos tampoco, que el maestro Lully tenía como especialidad las obras estrictamente musicales, siendo el creador de la famosa «obertura francesa», cuyo inicio, lento y relevante, va seguido de música muy viva a la manera de fuga, siendo este formato: la norma, --se puede decir--, casi invariable en Francia, y el definitivo modelo para los geniales maestros Purcell, Händel y Bach.



Lully, tuvo tal poder y tal carisma y éxito musical pleno, que obtuvo senda licencia del rey francés que le permitía tener en su poder el monopolio de la presentación de óperas cantadas en su totalidad, por lo tanto, era el compositor estrella y el más poderoso del París de su evo, no solamente eso, sus obras se siguieron presentando por décadas aun después de su muerte, y desafiando el talento de sus sucesores, a diferencia de las obras del maestro Monteverdi que pasaron al olvido rápidamente.


No olvidemos que en esos tiempos Francia era La Luz de la vieja Europa, y que por su fortaleza política y su brillante prestigio cultural, y con el imperio del “Rey Sol”, pues fue fácil a la música francesa ejercer enorme influencia internacional, incluida sobre la orgullosa  Londres del monarca francófilo Carlos II, quien reinara entre los años 1660 y 1685, el mismo que fundara senda orquesta de cuerda a imagen y semejanza de la de su primo el poderoso Rey Sol de París.


En ese contexto histórico, el compositor más destacado de la época, en Inglaterra, --inclusive venía produciendo desde su veintena--, fue Henry Purcell (1659-1695), quien era famoso por su personalidad musical porque preservaba los estilos francés (y también italiano) e inglés, y por cierto que eso generó hasta falta de armonía, en razón de que, en Inglaterra su música antigua fue más respetada y preservada que en Francia o la bella Italia, y debido a que había sido una gran época en la música inglesa, por eso fue muy valorada por los anglosajones; esta era la música de Byrd, Tallis y Dowland, y los madrigalistas, y el componente histórico-revolucionario: es que así se configuró la música de la Iglesia nacional.


Cuando en Inglaterra, fallece el rey afrancesado Carlos II, pues las oportunidades para la música cortesana decayeron prontamente. En esa coyuntura, el inteligente Purcell buscó nuevos mercados en el teatro público popular, y compone semióperas tales como: King Arthur (El rey Arturo, 1691) y The Fairy-Queen (La reina de las hadas, 1692), no perdamos de vista que para entonces, la Londres de Purcell, era la ciudad más grande de Europa, con medio millón de habitantes, debido a la masiva cantidad de hombres y mujeres jóvenes que habían llegado a la capital buscando trabajo, y precisamente ese era el mercado que exigía y demandaba entretenimientos, y por cierto, Purcell fue el  más indicado en esa coyuntura, y en su calidad de experto compositor y extraordinariamente prolífico, quien escribió música para la corte, como canciones y piezas instrumentales fáciles de interpretarse en casa, y debidamente impresas y editadas para su venta comercial.


En el avanzado Barroco, todavía no había desaparecido, --y en toda Europa--, el antiguo y secular sistema de mecenazgo, que aún seguía siendo el firme apoyo de cortes monárquicas, de aristócratas afincados en las ciudades, o de autoridades eclesiásticas, siendo estas últimas de muy particular importancia en las ciudades del norte de Alemania, como en Hamburgo donde se conservaron las fuertes tradiciones corales y organísticas de la Iglesia luterana.



Los maestros músicos eclesiásticos alemanes, eran a su vez muy buenos organistas, así mismo conocían a fondo la maestría contrapuntística, destacándose el virtuosismo instrumental del maestro Sweelinck.



Los discípulos germanos del maestro Sweelinck legaron refinado estilo de composición para órgano, que fusionaba la pericia técnica con la fantasía musical a la siguiente generación de talentosos músicos, como fueron Dieterich Buxtehude (1637-1707) en la ciudad de Lübeck, Johann Pachebel (1653-1706) en las ciudades de Erfurt y Nuremberg, y otros destacados músicos muy prominentes de la región de Turingia, en la Alemania central: la extraordinaria y excepcional familia Bach, por ejemplo.



En los imperios católicos de Alemania, Austria y España, la música había cogido camino distinto, pero teniendo como maestros a los compositores y formatos italianos. Por eso se explica que la aclamada ópera italiana se mantuviera plena en la corte imperial de Viena (luego del influjo de Cesti) y también en Múnich, mientras que las formas italianas invadieron a la música eclesiástica germana.


Pero los compositores más destacables no eran italianos  ni mucho menos, sino germanos, como fue el caso del maestro del órgano Buxtehude en la región norte y, en la región sur, su contemporáneo bohemio el virtuoso violinista Heinrich Biber (1644-1704), quien pasaría la mayor parte de su vida activa y musical en Salzburgo.



No olvidemos que por la misma época y contexto, en la ciudad de Cremona, el gran maestro Antonio Stradivari (1646-1737) hacía maravillas musicales con el instrumento del violín, siendo largamente, su apogeo y edad de oro del mencionado instrumento.



No podemos soslayar en modo alguno la brillante influencia del gran maestro Arcangelo Corelli, y sus refinadas grandes obras y composiciones, que le valieron en mucho para llegar al selecto grupo, tal como fuera el exclusivo círculo de la reina Cristina de Suecia, también hay que mencionar al maestro Alessandro Scarlatti (1660-1725), noble siciliano, cuya carrera musical la desarrolló entre Roma y Nápoles. Scarlatti sin lugar a dudas fue el verdadero maestro fundador de la escuela napolitana de compositores, la misma que se impondría en el siglo siguiente, y no solamente eso, Scarlatti estableció la definitiva forma de la ópera heroica italiana en todo el mundo, y denominada “la ópera seria”.


Scarlatti también es padre de otra innovación musical, para  1687 y cuando introdujo la «obertura italiana» que se distinguiría de la francesa. Y con esta obertura italiana comenzaría un nuevo género, que se difundiría en toda Europa, denominado: la sinfonía.


Sudamérica y Las  Antillas como nuevos reinos de ultramar del imperio español, --y como no podía ser de otro modo--, no fue ajena en modo alguno a la fuerte influencia musical del barroco europeo, tan es así y en específico, que el espíritu del Barroco italiano, bajo el estilo muy claro de España musical, se había fusionado con los animados ritmos de los indígenas en la música de Juan de Araujo (1646-1712) el maestro músico, que trabajaba en el alto y bajo Perú.
     



Juan de Araujo (1646-1712) nació en Villafranca, reino de España, para 1646, Araujo llegó a la “Tres veces coronada Villa” o Lima cuando era un jovencito, y acompañando a su padre, quien había sido nombrado funcionario del Conde de Lemos, Virrey del Perú (1667-1672). Araujo estudió música y composición en Lima, con el maestro Tomás de Torrejón y Velasco. El maestro Torrejón era un adelantado y excelente músico en la línea dramática y así lo expresó en sus composiciones musicales, mientras que su discípulo Araujo se destacaba en las composiciones policorales, con fina textura contrapuntística, y vivaces ritmos y sobre todo, brilla por su fértil imaginación melódica que se plasmó en más de 165 obras manuscritas musicales.

El virtuosismo del maestro Araujo permitió que para 1670 fuera nombrado el maestro de capilla de la importantísima Catedral de Lima, y con salario de $600 anuales. Y dato curioso, es que Araujo fue reemplazado en el cargo por su profesor, el maestro Torrejón y Velasco, el 1º de julio de 1676.


Araujo se fue llevando su excelente arte musical de Lima a Panamá, y después a Guatemala, para retornar a su amado Perú. Por su gran fama y calidad musical fue contratado como maestro de capilla de la poderosa Catedral de Cuzco y, después en 1680, lo contratan para ir al Alto Perú, y se fue a la Catedral de La Plata (hoy Sucre - Bolivia) donde permaneció hasta su muerte en 1712.


Quedan en el archivo de la Catedral de Sucre la mayoría de sus obras musicales de su prolífica y sorprendente producción, que es la más numerosa de toda Sudamérica, donde se cuentan composiciones religiosas y profanas, de excelente calidad y fina facción, y que reflejan su gran vocación y duro trabajo que desarrolló en esa ciudad durante los 32 años que laboró como maestro músico de capilla. Además, existen 5 obras de Araujo en la ciudad imperial del Cuzco, 6 obras más en La Paz (Bolivia), 1 en Montevideo, y 2 en las lejanas misiones jesuitas de moxos.


Araujo, tuvo a su disposición una buena y sólida orquesta y coro de alrededor de 50 integrantes, algo extraordinario y excepcional hasta para los más grandes podios y escenarios y centros musicales europeos del gran barroco, y ello significaba arduo y extenuante trabajo para cualquier compositor que quiera traducir en la partitura y en forma rápida y en música bella, lo que imaginó.


Grandes maestros músicos del barroco en Lima, tales como Tomás de Torrejón y Velasco, y José de Orejón y Aparicio, y el descollante Juan de Araujo compositores importantísimos de la época colonial en América del Sur y sobre todo en Lima, Perú.


(Fin de la novena parte)

Lima, 15 de febrero del 2016

Jaime Del Castillo Jaramillo

Abogado egresado de la U.N.M.S.M. con más de 25 años de ejercicio profesional y cuenta con estudio jurídico abierto; politólogo con más de 20 años de ejercicio profesional; periodista, fundador y director del programa radial y televisivo ‘Yo, Sí Opino’ (censurado en TV y cerrado cinco veces en radio); Maestría en Ciencia Política con la tesis “Pensamiento Político peruano insuficiente y epidérmico causa de nuestro subdesarrollo político”; Post Grado internacional en Ciencia Política otorgado por la UCES – Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales de Buenos Aires-Argentina graduado con la tesis: “Crisis terminal de los Partidos Políticos en el Perú”; catedrático universitario de ‘Historia del Pensamiento Político”, “Filosofía Política”, “Metodología de la investigación en Ciencia Política”, “Realidad Nacional”; “Análisis Político”, “Ciencia Política”, etc.; blogger, comunicador social, articulista y conferencista.
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